06 junio 2008

UN MINDUNDI RESPONDE A SOLEDAD GALLEGO

[Aunque soy un mindundi al que leen cuatro gatos, internet me da la oportunidad de responder a los articulistas que leo].



A fuerza de ser demócrata me convertí en socialista, o quizás, por ser socialista me he convertido a la radicalidad democrática.

Y a fuerza de tener razón en su cerrada defensa de la escuela pública, Soledad Gallego ("Asuntos por los que votamos") se equivoca esgrimiendo el clásico argumento del despotismo ilustrado al que tan aficionada es la religión y la izquierda: salvarte aunque no quieras.

Su planteamiento: la existencia de la escuela pública es un asunto del gobierno, que no debe garantizar sólo la gratuidad de la enseñanza sino la existencia misma de una red de escuelas públicas.

Toooooooooootaaaalmente de acuerdo.

Y nos pone como ejemplo aquello que las libérrimas manos de Esperanza Aguirre están haciendo con la educación en Madrid. Dice: los ciudadanos han votado un gobierno y el gobierno debe resolverlo, estén o no transferidas las competencias.

Y aquí es donde el espíritu “salvacional” que nos inculcaron en las sacristías y en la clandestinidad aflora: no hay más gobierno que la ADMINISTRACIÓN GENERAL DEL ESTADO.

La en tantas otras cosas admirable Victoria Kent pidió a las Cortes de la II República que aplazara la concesión del voto a las mujeres hasta que estas fueran instruidas.
La admirable Sole Gallego pide al Gobierno del estado que intervenga ante el gobierno de la comunidad autónoma para preservar la escuela pública.

Coincido con ella en la necesidad que los centros públicos deben constituir la columna vertebral de la educación, que es necesario evitar su privatización y que el dinero público financie inversiones privadas y confesionales.

Pero, discrepo con ella y con Victoria Kent: tan gobierno es el central como el autonómico y tan democrático uno como otro. Igual que las mujeres tenían derecho a votar (pese a que pudieran hacerlo por los partidos de derechas), debe tener derecho la Comunidad Autónoma a realizar la política educativa, de movilidad, de salud que mejor quieran y voten sus ciudadanos.

Para eso todos hemos troceado el poder del estado entre las administraciones general del estado, autonómica y municipal.
Esa es la esencia de la democracia: los contrapesos entre poderes y administraciones y la capacidad de los ciudadanos para elegir libremente incluso cuando se equivocan.

Y quizás yo me equivoque y ella tenga razón, porque la única verdad absoluta es que no hay verdades absolutas.

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